Viernes, como el adiós a tus pies

Foto de Google, no de mi vida real

Recuerdo, del viernes en que te despediste, la uña pintada de blanco del dedo grande de tu pie. No son tus pies los de la cenicienta de Disney. Son de mujer grande, que ha pateado calle. Tu avión despegó de Maiquetía y jamás pude despegar de la blanca pista de patinaje de la uña del dedo de tu pie. Pensarás que soy fetichista —si acaso tuvieras un minuto para pensarme—, pero tus pies fueron los escalones por los que me despeñé irremediablemente a ti. Amor nada profesional, amor incorrecto, amor absurdo, amor inconveniente, amor sin día de playa, amor desde el primer suspiro condenado a muerte, amor censurado, amor impropio de un adulto decadente, pero amor al fin y al cabo, certificado clínicamente. Tenías siempre, en tu bolso de mano, el cambio de calzado preparado: ahora eras muchacha pecosa desmaquillado rostro de lactosa, ahora prepotente diosa desenfrenada carroza , porque unos tacones podológicamente hacen daño, pero vaya poder para transformarlas en otra cosa, y a tu chaparrón de cambios de calzado los acuso de que me enajenaron.

Hay un hombre que parece bueno. Tiene aspecto de asceta de la India y me recibe cada jueves en su apartamento. Él dice que mi recuperación comenzará por la aceptación de mis pies de hombre, pilares sobre la que se sostiene mi cuerpo: que debo mimarlos, lucirlos (¿cual Winston en Aprieta y Gana?), quien sabe si hasta hacer cita con el Doctor Scholl cerca de la plaza El Indio de Chacao, que como buen indio no sufre de pudor de pies.  Siempre he pensado que no hay pie de hombre bonito y que, como dice la canción, todo lo que a ti te sale natural, a mí me sale mal. Aquel viernes tus pies estaban aireados. Adultos y cabales como tú. Los míos enterrados, avergonzados bajo capas protectoras de podredumbre industrial, prestos a mi acostumbrada huida de ceniciento antes de la medianoche. Amor que siempre era lanzarse de un puente, amor que tocará igual defender en la corte penal de lo trascendente. 

Escribo contra el reloj. Escribo antes de que se me acabe de escurrir este amor a cuyas ilusiones nanoscópicas ya redactaste la sensata acta de defunción. Escribo para defenderme de ti, en vano. Protesto contra tu nuevo tinte y tu lápiz de ojos que se corre, porque ya no están pero igual salen por todas partes. Escribo porque es viernes, sigues haciendo tu vida y no me extrañas nada, y yo soy pura caspa, recuerdo e hiperinflación. Escribo como un mecanismo psicológico de sublimación: algo aprendí del libro naranja de bachillerato. Escribo para intentar empatar este partido de la vida que me ganas por goleada. Escribo porque soy un perdedor que no sabe perder. Escribo porque estoy picado. Esto es muy poco serio: pero, en el fondo, escribo para que por una sola vez me tomes en serio.

A tu dedo gordo pintado de quién sabe hoy qué color: mi dedo gordo empozado de agua de lluvia caraqueña.

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